La generación de 1992

En los meses y años siguientes a la Cumbre de Río, estuvimos en decenas de marchas, piquetes, foros, salones de clase, fincas agroecológicas y parques nacionales. Cantamos, escribimos poesía y ensayos, caminamos por la selva y el asfalto, de día y de noche, estudiamos, salvamos tortugas, convivimos con guardaparques y nos sumergimos en la cosmovisión indígena y campesina. Y fue así que nos volvimos ecologistas.  

Por supuesto, no me refiero a ninguna promoción escolar o colegial, si no a toda esa juventud que fue marcada por Cumbre de la Tierra de 1992, realizada en Río de Janeiro, Brasil. No fue necesario estar allí para verse envuelto por ese evento, pues antes y después del mismo se canalizaron muchos recursos para cultivar el compromiso por la Madre Tierra en muchos ámbitos: organizaciones gremiales y ciudadanas, instituciones educativas, gobiernos, empresas, etc. Y por supuesto, entre los y las jóvenes de la época.

La Cumbre de la Tierra tuvo un “proceso preparatorio” que duró varios años durante los cuales gobiernos y movimientos ambientalistas afinaron sus ideas y argumentos. En junio de 1992, además del encuentro oficial, conocido como Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, se realizó el encuentro “alternativo”, o Foro Internacional de ONGs y Movimientos Sociales. Parafraseando una canción del cubano Carlos Varela, de aquella gigantesca congregación en Brasil “salió el fantasma recorriendo el mundo hasta mi ciudad”.

La declaración de las ONGs y Movimientos Sociales resonó con mucha fuerza en la juventud. Los jóvenes, dijo alguna vez Ernesto Sábato, no pueden vivir sin utopías. Y ya que el socialismo del siglo XX se encontraba en su momento de mayor desprestigio, nuestra bandera fue de color verde. Muchos nos vieron como sandías (verdes por fuera, rojos por dentro). Yo siempre digo que era al revés, parecíamos rojos por fuera pero ya éramos verdes por dentro.

Los documentos alternativos de Río, incluso algunos pasajes del compromiso oficial recogido en la Agenda 21, invitaban a emprender una tarea hermosa y titánica:

Tenemos conciencia de la contradicción existente entre el modelo de civilización dominante, injusto e insostenible, construido sobre el mito del crecimiento ilimitado y que ignora los límites finitos de la Tierra. Entendemos, por eso, que la salvación del planeta y de sus pueblos presentes y futuros exige la creación de una nueva civilización fundada sobre una ética que determine y se base sobre los límites, la prudencia, el ciudadano y el respeto por la diversidad, la solidaridad, la justicia y la libertad. Subrayamos enérgicamente la imposibilidad de un desarrollo sustentable si nuestra lucha no es compartida por los sectores sociales más carentes y excluidos, contra la pobreza y las causas de empobrecimiento. (De la declaración alternativa de los Movimientos Sociales, Río 1992).

Aquello de la “nueva civilización” podía parecer utópico. Ahora me parece urgente y necesario. La crisis económica, alimentaria y energética del año 2008 ha venido a re-definir los parámetros del crecimiento económico. El cambio climático es algo que ya estamos viviendo. Los gobiernos no entienden la singularidad de este momento. Entre las muchas tareas necesarias en este momento, debemos comprender mejor los procesos socio-ecológicos desde una perspectiva interdisciplinaria. Y sobre todo necesitamos un nuevo impulso esperanzado, una generación del 2012. ¿Será que Río +20 nos puede regalar eso?

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